La alegría de la creación. Foto: Jorge Luis Sánchez Rivera.

La alegría de la creación.
Foto: Jorge Luis Sánchez Rivera.

Para hablar de él no se requieren eventualidades, ni siquiera un acontecimiento sonado y heterogéneo como la Bienal de La Habana. Pero, ya en marcha el presente acercamiento a su obra, se le vio en pleno proceso creativo para participar en esa cita de la visualidad contemporánea. Trabajo artístico verdadero, el resultado de lo hecho por el pintor lo coronó la conjunción de autenticidad y buen hacer; de ideas y emociones con realización eficaz.

De par en par. Foto: Jorge Luis Sánchez Rivera

De par en par. Foto: Jorge Luis Sánchez Rivera

Pudo apreciarlo el público que disfrutó De par en par, una de las exposiciones paralelas a la XII Bienal ubicadas en la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña. Motivado por el ya largo auge de las instalaciones, Ernesto García Peña no cargó hasta allí con montajes para estar a la moda. No busca el gancho de salidas como esas con las cuales se ha dicho que un crítico —acaso demasiado aprensivo hacia las novedades— sugirió hacer una (anti)antología y darle, prestado, el título del libro de relatos con que en 1965 ganó Jorge Onetti el Premio Casa de las Américas: Cualquiercosario.

Restauradas o recicladas para el fin artístico, las puertas de García Peña sugieren misterios. Pueden insinuarlos una escotilla por donde asoman objetos, papeles, como en afán de escapar de un sótano o hacia una azotea en busca de hallar destinos, revelar secretos, arreciar “despistes”; o el retablo

Curiosidad, “indiscreción”… sorpresa. Foto: Jorge Luis Sánchez Rivera.

Curiosidad, “indiscreción”… sorpresa.
Foto: Jorge Luis Sánchez Rivera.

cuyo cuerpo central es una puerta común que, más que por el ojo de la cerradura, por la ausencia de esta invita al atrevimiento y depara sorpresas hilarantes. El ojo indiscreto acaba sorprendido con la mirada en la masa.

Aunque la disposición, y su factura, bastarían para asegurarles autonomía, las puertas se integran en un conjunto armónico. Y todas llevan expresiones rotundas, o apenas apuntadas —como diciendo: “Aquí estoy”—, de la obra que ha hecho de García Peña uno de los más respetados y

Motivo de la sorpresa. Foto: L.T.S.

admirados artistas de Cuba. Así y todo, no parece haber recibido toda la atención profunda y sostenida que merece.

Caminos y luz propia

Para evadir absolutizaciones empobrecedoras —como la que se derivaría del singular, “el estudio”, que el articulista había usado en el borrador— dígase que están por hacerse los estudios de largo aliento reclamados por su jerarquía. Esas búsquedas podrán aprovechar lo bueno que hay en el semillero de abordajes sobre su producción, e ir más allá.

No basta reconocer en él lo que suele repetirse: la presencia constante de erotismo y atmósfera onírica. Esos componentes deben situarse en el abarcamiento de una obra cuya lozanía habrá que explicar, en primer término, por la autenticidad de la mirada y el rigor del oficio del artista. Él mismo ve en esa cualidad la base de un rico intercambio con creadores en formación, quienes, por respeto a su obra, acuden en busca de la orientación que les brinda sin pretensiones autoritarias.

En cuanto a su propia formación, algunas señales apuntan a una insuficiente comprensión de su originalidad. Desde el facilismo, y no se excluya el consabido alfilerazo de las insinuaciones, algunos juicios lo han visto demasiado cercano a la producción de Servando Cabrera Moreno (La Habana, 1923-1981). Para valorar esos criterios habría que considerar tanto su gran admiración por dicho maestro como la temprana aprobación que recibió de este.

De su afinidad estética con Cabrera Moreno se percató García Peña cuando ya estaba afincado en su vocación y empezaba a fraguar sus credenciales. “En mis inicios como alumno de la ENA [Escuela Nacional de Arte], mi profesor de Pintura, el destacado artista

Y con su arabesque tocó las estrellas, acrílico/lienzo, 200 cm x 130 cm, 2008, obra creada para la exposición colectiva Esta vez baila aquí Alicia Alonso. Foto: cortesía del artista.

Y con su arabesque tocó las estrellas (acrílico/lienzo, 200 cm x 130 cm, 2008), obra creada para la exposición colectiva Esta vez baila aquí Alicia Alonso. Foto: cortesía del artista.

Fernando Luis, al ver mis cuadros pensó que yo conocía la obra de Servando. Al comprobar que la desconocía totalmente, le sorprendió que tuviera enfoques y puntos similares respecto a soluciones en los cuadros. Entonces me llevó al taller del gran artista para que conociera su pintura”.

La declaración adquiere su pleno sentido cuando se conoce el juicio que el joven pintor mereció de Cabrera Moreno, de quien se leen estas palabras en el catálogo de la primera exposición de García Peña, A la carga (1976): “De los jóvenes artistas de calidad que se han formado al calor de la Revolución diría que Ernesto es de los más profundos, por ser profundamente poeta, ser revolucionario y ser profundamente Ernesto”.

En su elogio del joven, Cabrera Moreno fue aún más allá: “No es fácil encontrar valores tan seguros como él, que decanta todo aquello que no le sirve a su verdadero lenguaje práctico, y no aturde ni miente con efectos superficiales o influencias mal digeridas. Da soluciones propias a su pintura, por lo que lo he mirado con mucho respeto. No se le convence rápido, sólo llega a las propias conclusiones que quiere demostrar. Su camino está trazado y nos hace sentir muy orgullosos. Nuestra primera palabra de aliento sigue vigente ante la realidad que nos demuestra. Esperamos de Ernesto uno de los grandes pintores de Cuba.”

Talento y originalidad

Alguien de mirada tan caladora, y tan auténtico como Cabrera Moreno, distante de la generosidad gratuita, no habría emitido semejante juicio de no haber apreciado en el destinatario signos inequívocos de talento y originalidad, contrarios al déficit medular de los imitadores. La confianza que el consagrado expresó hacia el artista que crecía, brotó de una lúcida valoración raigal.

Complementos, 2014, tinta 26 x 36.8 cm. Foto: cortesía del artista.

Complementos (tinta 26 x 36.8 cm, 2014). Foto: cortesía del artista.

Una mirada en lo hondo de las similitudes pudiera tal vez confirmar que ambos, sin perder un ápice de sus respectivas personalidades, compartirían magmas nutricios. Mencionemos, entre otros, la historicidad consciente: apreciable, por ejemplo, en los Milicianos y Julio Antonio [Mella] en Obispo, de Cabrera Moreno; y, de García Peña, en la serie Épica mambisa y cuadros como su Martí.

También corresponde señalar la sensualidad, con distintas perspectivas e implicaciones en cuanto a la conocida orientación del erotismo en uno y en otro; un halo de transparencias que a ratos hace pensar en uno de los grandes artistas del país: el Carlos Enríquez en quien no pocos ven los mayores destellos de genialidad de la plástica cubana, lo que no necesariamente concierne a promoción y posicionamiento en el mercado internacional, hechos en los cuales pueden operar contingencias variopintas.

Sobre la circulación y el mercado de arte en la actualidad, García Peña —quien ha sido fiel al arte y a su tiempo, y no se ha dejado corroer por el mercantilismo ni por ondas ocasionales— expresa: “Percibo oportunismo tanto dentro como fuera del país. Existen, en el mundo, componendas que parece imposible modificar. Por suerte, tenemos artistas excelentes que gozan de un merecido reconocimiento. Pero también aquí sucede que no siempre se promueve la calidad, lo verdaderamente significativo, ni se comercializa como debería hacerse. Los caminos están llenos de intereses ajenos al arte”.

Desde los dibujos más sencillos hasta sus óleos en telas de gran formato y más rica factura, muestra la personalidad que le reconocen público y crítica. Entre sus rasgos sobresale una ternura que le marca el trazo y la composición, y los colores. En ocasiones roza el minimalismo, y a menudo lo onírico se trenza con una sensualidad que, más que en lo externo, se afirma en el pulso, tal vez influido por el arte oriental —“que tanto me gusta”, expresa—, y quién sabe si con el abono de posibles ancestros chinos, en los que, al menos, se piensa ante su estampa, aunque él carezca de datos al respecto.

El arte y la historia

Su lealtad a la memoria histórica se aprecia no solamente en los temas de su pintura, sino asimismo en su actitud. Lo que ha ganado con talento y dedicación no lo mueve a olvidar el respaldo que para él, como para tantos jóvenes de sucesivas generaciones, ha significado la atención que desde el triunfo revolucionario viene dando el país a la educación en general, y a la formación artística en particular.

Móntate, 2014, tinta, 31.6 x 32 cm. Foto: cortesía del artista.

Móntate (tinta, 31.6 x 32 cm, 2014). Foto: cortesía del artista.

Además, recibió esa ventaja en un ambiente familiar de sensibilidad artística, y de una fibra rural que también asoma en su obra. Empezando por los padres, Eloísa y Francisco, en su familia abundaban los repentistas, con un entorno afín en el poblado —Sabanilla del Comendador, en la provincia de Matanzas— donde él nació el 6 de marzo de 1949. Eran frecuentes allí las canturías, incluso con cultores, lugareños o visitantes, del relieve de El Indio Naborí, Ángel Valiente y Radeúnda Lima, a quienes él recuerda.

De su entorno hogareño dice: “Mi hermano mayor, Reinier, aficionado a la escultura y a la pintura, cursó estudios parciales en la Escuela de Artes de Matanzas, aunque se dedicó a otra cosa. Mi hermana Olga se ganó una beca para San Alejandro, pero no acudió, y Oneida, Neya, ha sido premiada en talleres de literatura infantil. Mi hermano menor, Francisco, estudió Pintura en Matanzas. Tiene un talento que quién sabe hasta dónde pudiera llegar.

De sí mismo, que acabó abrazando triunfalmente el arte como centro de su vida, recuerda: “Era un niño sin conciencia artística, aunque a los doce años dibujaba en la escuela, y con piedras calizas pintaba en las calles y en el parque. Me alababan por eso, pero para mí no pasaba de ser un juego. Empezó a atraparme un poco más en serio cuando hubo una convocatoria para estudiar en la Escuela de Artes de Matanzas, y allí me fui: viajes diarios entre mi pueblo y la capital de la provincia”.

Luego vino para La Habana, y estudió en la Escuela de Instructores de Arte de 1963 —tenía trece años— a 1965. Desde 1966 hasta 1970 cursó estudios en la ENA, y allí fue consolidando su vocación. “Se me juntaron el gusto por el arte primitivo, fundamentalmente el australiano, y el estímulo de paradigmas como Rodin, por sus figuras, y por su concepto y su estilo. Del Renacimiento encontré cánones en Miguel Ángel y en Da Vinci, quienes ponían en el centro de la creación al ser humano. Y de más acá en el tiempo me tocó la obra del austríaco Gustav Klimt. De él, junto con su distanciamiento de la academia, me interesó la estilización —cargada de erotismo— de la figura humana, y la conversión de lo ornamental en elemento de peso más allá de lo decorativo”. Con esas perspectivas llegó en 1982 —ya tenía obra reconocida— al Instituto Superior de Arte (ISA), donde en 1987 alcanzó la licenciatura en Artes Plásticas, especialidad de Grabado.

Personalidad creadora

En su pintura se aprecia que asumió esos nutrientes, más que influencias, sin quedar esclavizado por ellos. Todo lo aprovechó —lo asimiló, o sigue asimilándolo— para fortalecer su obra. Los estudios regulares le sirvieron para fertilizar una carrera abrazada creativamente, y combinada con la docencia: de 1969 a 1970, como profesor de Dibujo en la Escuela de Artes Plásticas de San Alejandro; desde el último de esos años hasta 1989, en las disciplinas de Dibujo, Grabado y Pintura en la ENA, donde fue además jefe de cátedra. A lo largo de casi todo ese lapso se desempeñó asimismo como asesor de programas y planes de estudio de Dibujo. De 1990 para acá se ha concentrado en su producción artística.

Cualquiera no canta (tinta, 25.3 cm x 36.7 cm, 2014). Foto: Corte-sía del artista.

Cualquiera no canta (tinta, 25.3 cm x 36.7 cm, 2014). Foto: Corte-sía del artista.

Es miembro del Taller Experimental de Gráfica de La Habana, y de la Asociación Internacional de Artistas Plásticos. Esas instituciones han tenido en él uno de sus miembros más acreditados por un desempeño que incluye participación como autor de textos y de obras plásticas en distintas revistas y libros durante más de cuatro décadas. Ha realizado además, entre otras tareas relevantes, numerosos intercambios culturales y exposiciones en países de las Américas, Europa y Asia.

En ese vasto quehacer ha merecido importantes reconocimientos. Algunos de ellos son la Orden Rubén Martínez Villena a la obra artística más relevante de 1985, la Distinción Por la Cultura Nacional (1996) y el Diploma al Mérito Artístico, otorgado por el ISA (2001). A ellos se suman —entre otros ganados en exposiciones y certámenes— el tercer premio de Dibujo y mención de honor de Pintura, respectivamente, en el Salón Nacional de Profesores de Arte, de La Habana, ambos en 1973; sendas primeras menciones de Pintura en las convocatorias del mencionado Salón correspondientes a 1974 y 1976; el primer premio en el Concurso Plaza Mariana Grajales, de Guantánamo, en 1984, y mención única de Dibujo en el Salón Abanico, de La Habana, en 1994.

Esos lauros y otros puntean, muy lejos de cubrirlo, el recorrido de uno de los artistas que honran el panorama cultural cubano y lo enaltecen más allá del archipiélago. Muestra permanentemente de par en par las puertas de una obra cuyo valor se ratifica paso a paso. Lo caracteriza la naturalidad del esplendor auténtico, ratificación de un profundo poeta en quien lo visual se afirma en la tierra y en el alma.

Luis Toledo Sande

Publicado en Bohemia, 4 de septiembre de 2015.